Hagamos un viaje imaginario… cerremos los ojos por unos segundos y pensemos en Bordeaux. La magia de esta palabra, consagrada en el inconsciente colectivo, seguramente lo traslade a la región vitivinícola francesa de los château, de terroirs únicos, y lo haga pensar en eximios vinos de etiquetas prestigiosas. A estos pilares se les suma la larga experiencia y la reconocida dedicación de sus productores, que han logrado posicionar en el pináculo de los vinos del mundo: Burdeos.
El origen de su nombre se encuentra en las palabras francesas “au bord de l’eau”, que quieren decir “a lo largo de las aguas”, dado que Burdeos (capital de la región de Aquitania) se ubica en el sudoeste de Francia, donde el río Gironde se junta con el Garonne y el Dordogne a pocos kilómetros del Océano Atlántico. La historia de esta ciudad portuaria cuenta que en 1152 la duquesa Leonor de Aquitania contrajo matrimonio con el conde de Anjou, Enrique II Platagenet, devenido con el tiempo en rey de Inglaterra y probablemente fortuito “embajador” de estos vinos en territorio inglés. Tal fue el alcance de los productos bordeleses que en 1308 el rey Eduardo II de Inglaterra compró un millón de botellas para los festejos de su boda con Isabel de Francia.
En Burdeos a las bodegas se las llama Château (castillo), no por el estilo de arquitectura clásica que se expresa en algunas de sus edificaciones, sino para indicar que todo el proceso de producción de vino se desarrolla a partir de uvas cultivadas en ese lugar, a diferencia de otros vinos que son producidos con uvas de diversa procedencia. La región cuenta con 60 AOC (Appellation d’Origine Contrôlée) que certifican la autenticidad del vino y lo destacan entre los vinos del mundo, mediante la relación entre el origen del vino, el lugar de elaboración y las prácticas enológicas aplicadas.
Con las pinceladas únicas que aporta la cercanía al Océano Atlántico y un clima húmedo acompañado de veranos soleados e inviernos generalmente templados, el cultivo predominante de uvas tintas es: Cabernet Sauvignon, Merlot, Cabernet Franc, Malbec, Petit Verdot y Gamay. Las dos primeras son las variedades más utilizadas y, con excepción de una décima parte de la producción total, los vinos bordeleses son de corte.
Como “alquimistas”, los grades enólogos de cada château utilizarán de base para su obra la uva Cabernet Sauvignon si se encuentran a la izquierda del río (Médoc y Graves), mientras que en el lado derecho (St. Emilion y Pomerol) la base generalmente es la uva Merlot. Esta última variedad de uva logra vinos de aromas y sabores complejos. Por su parte, la Cabernet Sauvignon se distingue por la estructura y el potencial, y la Cabernet Franc añade suavidad y elegancia.
Inclusive los vinos blancos de Burdeos son usualmente producto de mezclas. El dulce Sauternes se consigue a partir de Sauvignon Blanc, Sémillon y Muscadelle. Otras variedades viníferas autorizadas son Ugni Blanc, Colombard, Merlot Blanc, Ondenc y Mauzac. Tanto en tintos como en blancos cada etiqueta bordelesa va a adquirir su identidad a partir de la impronta de cada productor, aunque la mayoría de ellos efectúa mezclas similares.
Los grandes vinos de Burdeos son referencias indiscutibles entre los vinos del mundo, e incluso su excelencia eclipsa a paladares aficionados de tal manera que se les olvida el importante detalle que no todos los vinos de la región son de la más alta categoría.
