Sudamérica es una tierra de contrastes extremos. Cordilleras nevadas, valles soleados, selvas, pampas y costas oceánicas conforman un continente donde la naturaleza dicta el ritmo del vino. En cada rincón, el terroir imprime su huella, y cada copa cuenta una historia de clima, suelo y pasión humana.
Los Andes: altura, sol y pureza
En el corazón del continente, los Andes se elevan como una columna vertebral que marca parte del pulso del vino sudamericano. A sus pies, los viñedos de Argentina y Chile se aferran a suelos pobres y pedregosos, desafiando las alturas para alcanzar una expresión única.
En Mendoza, la cuna del Malbec, el sol brilla con fuerza durante el día y las noches frescas conservan la acidez natural de las uvas. Los vinos que nacen allí son potentes, profundos y llenos de carácter, con taninos firmes y un corazón frutal que refleja la energía de la montaña.
Cruzando la cordillera, el Valle de Casablanca y el Valle del Maipo, en Chile, combinan la influencia del Pacífico con la solidez de los suelos andinos. El resultado son Sauvignon Blancs vibrantes y Cabernet Sauvignons elegantes, donde el equilibrio entre frescura y estructura define una identidad marcada por la precisión.
Del altiplano al Atlántico: nuevas miradas
A medida que el mapa avanza hacia el este, el paisaje cambia, y también lo hacen los vinos. En los Valles Calchaquíes y el Valle de Uco, altitudes que superan los 2.000 metros desafían la lógica vitivinícola tradicional. Allí, el sol intenso, la amplitud térmica y los suelos arenosos crean condiciones extremas que se traducen en vinos concentrados y aromáticos, pero cada vez más afinados y expresivos gracias a una nueva generación de enólogos que entienden que el poder también puede ser sutileza.
Más allá de la montaña, el Atlántico espera. En las colinas del este de Uruguay, el paisaje se vuelve más suave, verde y ondulado. La proximidad del mar lo cambia todo: la humedad, la brisa, la luz, el ritmo de maduración de las uvas.
Garzón: donde la tierra y el mar se encuentran
Es allí, en las sierras de Garzón, donde el viaje encuentra su punto más singular. En este rincón de Uruguay, a pocos kilómetros del océano, el terroir combina elementos únicos en el mundo: suelos de balasto, una roca antigua y fracturada que drena con precisión y aporta mineralidad, y un microclima atlántico que modera las temperaturas y permite una maduración lenta y equilibrada.
El resultado son vinos con identidad propia: frescos, tensos, elegantes, con una pureza que refleja la esencia del lugar. Blancos que evocan brisa marina y cítricos vibrantes; tintos de textura delicada y notas minerales que remiten a la tierra que los vio nacer.
En Bodega Garzón, la viticultura es una conversación constante entre el hombre y la naturaleza. Cada parcela, cada viña, cada copa es una interpretación del entorno. Un homenaje al equilibrio entre innovación y respeto por la tierra.
De los Andes al Atlántico, Sudamérica revela su diversidad enológica como un viaje de descubrimiento. Desde la intensidad de la altura hasta la frescura del mar, los vinos del continente celebran su geografía.
Y en Bodega Garzón, esa historia alcanza su punto más puro, más elegante y más profundamente atlántico.






